“¡Plebada, jálense!“: así fue la respuesta de “La Chapiza” tras captura de Ovidio
Un ejército de 2 mil leales saltaron de la cama a las calles.“Me voy a cerrar el bulevar Conquistadores”, dijo “Lunetas”. Su hermano fue al aeropuerto a intentar bajar aviones a plomazos.
CDMX
Veinte minutos antes de que amaneciera en Culiacán, un frenético envío de notas de voz despiertan a cientos de muchachos por toda la ciudad. El ejército de Los Chapitos aún está dormido, arropado por la oscuridad de sus habitaciones, cuando los comandantes de los hijos de Joaquín Guzmán Loera hacen vibrar con desesperación los celulares de sus subalternos, la mayoría iPhones descontinuados que nunca deben estar apagados.
“¡Plebada, plebada! ¡Jálense a la verga, ya valió madres, quieren agarrar al patrón!”, escucha “El Lunetas” en su teléfono, tan fuerte como si le gritaran en el oído. Al mismo tiempo, su hermano mayor, “Creisy”, arrastra su mano desde la almohada hasta el buró para escuchar el mismo audio. Los dos, 16 y 21 años, son parte de un grupo de Whatsapp que funciona las 24 horas para mantener informados a los guardias de Los Chapitos sobre los movimientos de las autoridades en la capital sinaloense, el bastión que heredaron en 2016.
“¿El Güero?”, pregunta “Lunetas”, mientras buscaba a tientas la pistola 9 milímetros que guarda bajo la cama. “No, no (…) escucha (…) agarraron al otro”, responde el mayor descartando la captura de Iván Archivaldo, el más violento de Los Chapitos. “Valió madres (…) es ‘El Ratón’”.
“El Lunetas” siente un tirón en el estómago. Lo mismo que sentiría si le dijeran que el capturado era su padre o sus primos, también parte de la plebada del Cártel de Sinaloa. Pero esto es peor. Mucho peor. Su ídolo y jefe, el hijo de El Chapo que llevaba mil 176 días burlando la autoridad desde el Culiacanazo de 2019, está en peligro inminente. Y él siente que en sus manos de adolescente recae la responsabilidad de ayudarle. Al costo que sea.
“¡Arre!”. Y salen de su casa en El Tamarindo, una localidad rural en el norte de Culiacán. La luz del amanecer les deja ver que más plebada fue despertada a gritos y ahora desfilan por Alicama, San Juan, Higueras y Vinolitos apresurados para pasar lista en la iglesia “La fe en Cristo” para luego brincar a las camionetas blindadas y defender a Ovidio Guzmán.
El relato de “Lunetas” a MILENIO —entre mensajes de Whatsapp, notas de voz y un par de llamadas cortas— es el de un integrante de la llamada Chapiza, la guardia de los hijos de El Chapo Guzmán, que está dispuesta a martirizarse con tal de impedir que su jefe termine en una celda. Su alias ha sido cambiado, pero con su permiso se reproduce un fragmento de nuestra conversación.
La Chapiza
La Chapiza es un grupo de jóvenes casi como cualquier otro. Usan activamente TikTok e Instagram, pasan horas pegados al teléfono, les interesa la música y la moda y mediante claves se relacionan con otros jóvenes de intereses similares. La diferencia es la santísima trinidad ante la que se hincan: Jesús Alfredo, Iván Archivaldo y Ovidio Guzmán, según la tesis “Narcocorridos and Moral Panics; the Case of Cartel TikTok and #Chapiza” de la Universidad de Virginia.
Una fuente del Departamento de Justicia de Estados Unidos cree que La Chapiza podría estar integrada hasta por 2 mil jóvenes, aunque cualquier cifra seguramente es errónea. Su número es tan inestable como el oleaje del Pacífico: a veces sube con una campaña de reclutamiento masiva, a veces baja con enfrentamientos ante el Ejército.
A través del teléfono, El Lunetas reporta más de 20 camionetas que salen del Tamarindo. Todas llenas, algunos con adolescentes cuyas armas son tan largas como la mitad de su cuerpo. Algunos ni siquiera saben tirar, reconoce. No importa. “Hay que ponerse bélico para que suelten al viejón, a donde tope”.
El Cártel de Sinaloa no escatima en armas para defender al hijo pródigo que volvió del arresto de las Fuerzas Armadas el 17 de octubre de 2019. Pareciera que donde sea que pega el sol y sus abrasadores 32 grados hay un arsenal listo para ser desempolvado: armas cortas, largas, ametralladoras automáticas, rifles de alto poder y hasta granadas. Algunos de quienes las portan —se burla “Lunetas”— corren torpemente por las calles con pesados cartuchos que se balancean en las bolsas de sus pantalones. Sueltan risotadas como si lo que están por hacer fuera una travesura de niños.
Pero lo que él encuentra divertido, no lo es para un estado que se pertrecha con angustia. Tampoco para los habitantes de Sonora, Chihuahua, Jalisco, Colima y Michoacán que temen que la reacción de Los Chapitos ocurra en sus vecindarios. Es un miedo que ambos hermanos encuentran fascinante: probablemente, jamás se han sentido tan importantes en una ciudad para la que son invisibles.
La clave que emiten los comandantes que responden al liderazgo de un jefe apodado El Nini es “19”. Su significado lo sabrán pronto en Culiacán, Mazatlán, Los Mochis, Guasave, todo el estado: incendien lo que encuentren, roben vehículos, bloqueen caminos, desaten caos, pero no toquen a la gente. Al menos, no aún. Si se va a quemar una tienda, primero hay que dar oportunidad a la raza de salir. Los Chapitos no pueden darse el lujo de perder la base social de Culiacán, su última fortaleza por donde se mueven como si fuera su casa.
Las órdenes que reciben son distintas a las del “Jueves Negro” de hace tres años: el objetivo más importante ahora es el aeropuerto de la ciudad, no las unidades residenciales militares donde viven las familias de los soldados; lo más importante es sacar a los más novatos a pelear, no a los veteranos que aguardan en la prisión de Aguaruto a que los liberen para dar batalla; lo primordial es la anarquía, no la aniquilación.
Los enemigos
Hasta Lunetas y Creisy saben que la caída de Ovidio no significa sólo la pérdida del hijo de El Chapo. Es vulnerarse frente a los enemigos de casa: El Mayo Zambada, Chapo Isidro y los resabios del Cártel de Caborca podrían ir por las rutas y los negocios que deja pendiente El Ratón, a quien le espera un expediente judicial por tráfico de drogas en una corte federal en Columbia, Washington D.C.
Este jueves, la Chapiza no sólo pelea por Ovidio. También lo hace para mandar un mensaje de supuesta unidad frente a sus enemigos jurados, el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel del Noreste, cuyos seguidores en redes sociales hacen mofa de la familia Guzmán Loera. En respuesta, La Chapiza tapiza sus perfiles con mensajes de apoyo a su antihéroe en desgracia: dibujos de ratones y rebanadas de pizza para decirle que no está solo, aunque no pueda verlos ni escucharlos.
“Me voy a cerrar (el boulevard) Conquistadores”, anuncia El Lunetas. Va con otros 15 que en el camino recogerán decenas más y cambiarán de ruta como les plazca. Unos se dirigirán a hoteles a recolectar llaves de vehículos para atravesar en avenidas e incendiarlos; otros querrán hacer explotar gasolineras. A su paso encuentran una ciudad semivacía de automovilistas y caminantes, pero también de policías que han corrido a sus casas para protegerse.
Su hermano, Creisy, va al aeropuerto a intentar bajar aviones a plomazos. Da igual que sean de pasajeros, como el de Aeroméxico con niños y familias que pretendía despegar rumbo a la Ciudad de México, o militares que llegan a la ciudad a contener al Cártel de Sinaloa. Los fuselajes y llantas de las aeronaves son sus blancos predilectos.
Los dos reconocen que esto no es una reacción orquestada. Tampoco una venganza planeada. La Chapiza improvisa con cada noticia: que ya detuvieron a Ovidio Guzmán, que ya lo metieron a un avión, que ya salió de Sinaloa, que de cualquier modo quemen todo. Su revancha demuestra que en Sinaloa sí hay algo más peligroso que el crimen organizado: el crimen desorganizado.
“¿No tienes miedo?”, le pregunto a este chico de 16 años que se parece a una 9 milímetros: pequeño, liviano, duro por fuera. Y aunque conozco su respuesta, su contestación logra estremecerme. Será lo último que diga antes de que su celular mande a buzón el resto del jueves.
“Yo por el señor Ovidio, doy la vida”.